NOTICIAS
Lunes, 18 de Abril, 2005
Historia del Golf en España
Historia del Golf en España (8): Historias excepcionales de aquí y allí
La ruptura del listón de los 1.000 federados, el nacimiento de la revista ‘Golf’ –decana de todas las publicaciones de nuestro deporte en España– y los primeros buenos resultados de carácter internacional –de manera tímida, sí, pero significativos en cualquier caso– conformaban el devenir golfístico de los primeros años de la década de los cincuenta, una época en al que al margen de los amateurs, otros colectivos realizaban sus pinitos para acaparar parte de la atención de la actualidad golfística nacional.

Nuestro campeonísimo Ángel Miguel

Eran tiempos, por ejemplo, en los que los ‘profesores’ –como se les denominaba en aquel entonces a los profesionales– intentaban demostrar sus cualidades en todas aquellas ocasiones en las que ello era posible, pocas a decir verdad. Uno de ellas fue durante la celebración del Campeonato de España de Profesores, que en 1954 alcanzó su décima edición.

Para ello se designó como sede a la Real Sociedad Hípica Española Club de Campo, que se engalanó todo lo posible para acoger una competición que contó con la presencia de un número récord de participantes, 27 en concreto, muchos de ellos procedentes de Cataluña, Andalucía y Cantabria en respuesta al reclamo que, por primera vez, suponía la subvención del viaje de los jugadores de provincias, utilizando la denominación de entonces.

El campeón del año anterior, el celebérrimo Ángel Miguel, acudía a defender su título con el cansancio acumulado de un viaje por Egipto para participar en los Campeonatos de El Cairo y Alejandría en lo que constituía su segunda actuación de carácter internacional. Mucho mejor en Alejandría que en El Cairo, nuestro campeonísimo Ángel Miguel –sin ninguna duda el referente golfístico español en la década de los 50– asistió al doble triunfo del sudafricano Bobby Locke en tierras egipcias antes de enfrascarse, sin apenas descanso, en la defensa de un título nacional que se le puso cuesta arriba durante la celebración de los primeros dos recorridos, un interesante pulso en el que estaban involucrados golfistas de la talla de Marcelino Morcillo, Mariano Provencio o su hermano Ricardo Miguel.

Ángel, de hecho, estaba contra las cuerdas porque en el tee del 1 del último recorrido acumulaba una desventaja de 7 golpes con respecto a su hermano, que se perfilaba como nuevo campeón. Todo iba a quedar en casa, pero Ángel, con una de esas actuaciones que generaban tanta admiración, rubricó 67 golpes allá donde su hermano hacía 75, una diferencia letal que volteó inesperadamente la clasificación final.

El premio para Ángel Miguel –al margen del beso con el que le agració María Luisa Marco de Hernández Sanjuán, la encargada de entregar la copa de campeón– no era desdeñable: 7.000 pesetas de las de entonces y unos zapatos de la marca Saxone.

Más cuantiosa era la remuneración para el ganador del Open de España de 1954, 25.000 pesetas que eran el reflejo del esfuerzo realizado para incrementar su importancia. Ya en el año 1950, el Real Club de Golf de Cerdaña había realizado ingentes gestiones para reunir un dinero suficiente como para atraer a las figuras de la época gracias al ingenio de Ignacio Macaya, por entonces delegado en Cataluña de la Federación Española de Golf.

Puerta de Hierro, desde entonces, ejercía de sede de este Open de España redimensionado al que le había cogido el gusto el inglés Max Faulkner, doble campeón en 1952 y 1953. En esta ocasión, en colaboración con la Federación Portuguesa de Golf, ambos organismos acoplaron las fechas de sus respectivos Open para que se disputasen en semanas consecutivas, una iniciativa que resultó un éxito.

Hoyos en 1 de todas las facturas

Eran años, aquellos de la década de los 50, en los que era habitual la lectura de historias golfísticas increíbles, quizá con el ánimo de incentivar la práctica entre los aficionados. Se hizo muy popular entre determinados golfistas la lectura de la revista norteamericana ‘Golfing’, devorada ávidamente cuando algún ejemplar caía entre sus manos cuando alguien retornaba de Estados Unidos. Decían, por ejemplo, que en un campo de Michigan City se consiguió un hoyo en 1 realmente excepcional, sin que la bola tocara el suelo, así, directamente de tee a cazuela, una anécdota que llevó a alguno a contar que, en clave doméstica, semejante hazaña ya había sido protagonizada en el hoyo 9 de Puerta de Hierro por Enrique Palazuelo.

Más difícil todavía, asimismo cruzó el Océano Atlántico la historia de que Ken Lawson, en Nueva York, había sido capaz de una gesta exactamente igual, en su caso desde 200 metros y a pesar de que la faltaba la pierna izquierda como consecuencia de un accidente sufrido en su niñez. Inspirado, desde luego, era el caso de ese pastor presbiteriano que, tras recibir el regalo de unos palos de golf de parte de sus feligreses, embocó un hoyo en 1 en su primera salida y otro hoyo en 1 en su segunda, acaecida una semana después, todo ello gracias a la contribución de esos palos tocados sin duda por la mano de algún Dios..

Espectacular y grandilocuente –porque la descripción de la anécdota requiere de estos calificativos– fue el desarrollo de la exhibición de Walter Haggen ante un grupo de ingenieros para demostrar los beneficios de iluminar un campo de golf. Ni corto ni perezoso, el citado Haggen, ante más de 1.000 personas –eso es lo que cuentan–, cogió el palo, golpeó a la bola y la desplazó por el aire directamente hasta el green, a más de 200 metros, momento en el que comenzó a rodar directamente hasta el agujero, todo ello iluminado por varios miles de lámparas.

La historia de Ted Jagodzinski tampoco tiene desperdicio. Cuentan que tenía 12 años cuando impactó a la bola de forma deficiente pero en cualquier caso afortunada, y es que, tras golpear contra el muro de un puente y de ahí al tronco de un árbol, fue a parar directamente al hoyo.

No obstante, para quienes todavía no han perdido su capacidad de asombro existe otra anécdota digna del más allá. No en vano, James Cash, un golfista de Boston, requirió de ayudas suplementarias ajenas a la calidad de su juego para embocar un hoyo en 1. En su caso todo comenzó cuando con su drive alojó la bola a escasos centímetros del agujero.

Mientras se acercaba caminando lamentándose por perder la oportunidad de conseguir la hazaña por tan poca distancia, se produjo uno de los contadísimos terremotos ocurridos en aquel territorio de Nueva Inglaterra, un ligero temblor pero suficiente como para que la bola se moviese y fuese a caer en el hoyo. Dicen que una gran sonrisa iluminó su rostro a pesar de que le costaba trabajo no perder el equilibrio en ese terreno trémulo.

Transcurridos tantos años de aquello resulta imposible en la práctica saber qué era verdad y qué producto de mentes golfìsticas calenturientas, que este deporte, todos lo sabemos, es impredecible cuando menos te lo esperas. Lo que sí es plenamente cierto es que estas historias maravillosas están escritas y que animaban a más de un aficionado a intentar emularlas. Es más, es posible que más de uno, cincuenta años después, se lance a modernizar estos auténticos relatos de ayer.

NOTICIAS RELACIONADAS
ENLACES RELACIONADOS