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Jueves, 14 de Abril, 2005
Historia del Golf en España
Historia del Golf en España (4): Goteo imparable

La inauguración del primer campo de golf en territorio español –el Real Club de Golf de Las Palmas– y la expansión de este maravilloso deporte a lo largo y ancho de la Península Ibérica durante las dos primeras décadas del siglo XX centraron la atención del relato del número anterior. En proceso de desarrollo en Canarias, más evolucionado en Madrid, País Vasco y Cataluña, la expansión del espíritu verde por otras zonas de España era un goteo, aunque lento, imparable.

Oferta cada vez más amplia

Fue precisamente en Cataluña, durante la década de los años 20, donde continuaron fraguando nuevos proyectos de campos de golf, indispensables como hoy en día para el desarrollo y crecimiento de nuestro deporte. Fue el caso, en 1919, del constituido en Sant Cugat del Vallés, a 20 kilómetros de Barcelona, un campo de 9 hoyos que complementaba en aquel entonces la oferta exclusiva del ‘Mare Club de Golf de Pedralbes’.

Promovido y gestionado en un principio por una colonia de extranjeros que residían en aquellos años en la Ciudad Condal, con el tiempo pasó a propiedad de los propios catalanes que utilizaban sus instalaciones, cada vez en mayor número. No en vano, la oferta se amplió muy poco tiempo después, en concreto en 1922, con la inauguración del Club de Golf Terramar, igualmente con un recorrido de 9 hoyos que tardaría más de 50 años en ampliar a los 18 actuales.

Los tentáculos del golf se extendieron muy pronto en aquella zona un poco más allá, lindando casi con la frontera con Francia, más concretamente en el valle de la Cerdanya, apenas a tres kilómetros de la estación de Puigcerdá, con el Real Club de Golf de Cerdanya, una oferta de ocio combinada ski-golf totalmente vanguardista para la época. Aunque inicialmente estaba ubicado en unos terrenos sumamente pequeños –claramente insuficientes para ofrecer a sus visitantes siquiera un recorrido de 9 hoyos–, sus socios adquirieron otros con posterioridad, inaugurando en 1948 unas nuevas instalaciones más acordes con la demanda de la época, 9 hoyos de bella factura que con el paso de los años fueron ampliados a los 27 actuales.

Las autoridades españolas, ajenas en general a este incipiente crecimiento del golf y de sus verdaderas posibilidades, promovieron sin embargo la construcción de un campo de golf en el corazón de la Costa del Sol con objeto de atraer al entonces incipiente mercado turístico extranjero. Así, la Dirección General de Turismo construyó en 1925, a medio camino entre Málaga y Torremolinos, un campo de 9 hoyos denominado Club de Campo de Málaga que contaba con la novedad de ofrecer la posibilidad de alojarse en las propias instalaciones –el actual Parador Nacional de Turismo– a aquellos que así lo desearan.

Justo en la otra punta del territorio español, en concreto en Santander, nació casi al tiempo uno de los campos más bellos de nuestro país, sólo sea por su espectacular ubicación. Situado en una península en la bellísima bahía de Santander, en su extremo Sur, justo frente a toda la ciudad, el Real Golf de Pedreña adquirió muy pronto una fama que traspasó las fronteras de Cantabria. Aunque por carretera le separan 24 kilómetros de la urbe santanderina, una práctica lancha motora, propiedad del Club, hacía la travesía en pocos minutos para todos aquellos que elegían el puerto de Santander como origen de su peregrinación golfística.

La conocida rivalidad entre grancanarios y tinerfeños fomentó asimismo la construcción del segundo campo de golf de Canarias, esta vez en la isla que domina el majestuoso Teide. Sus promotores lo bautizaron con el nombre de Club de Golf Tenerife El Peñón dado que estaba situado en el Peñón Guamasa, a escasos 2 kilómetros del aeropuerto, en el bellísimo valle de La Orotova, sólo 12 hoyos entonces –18 en la actualidad– que paliaban por fin las apetencias golfísticas de los tinerfeños.

Consecuencias traumáticas

La terrible contienda civil, como en tantos y tantos ámbitos de la vida española, cortó de raíz el proceso de expansión del golf durante varios años. En algunos casos, además, su incidencia directa tuvo consecuencias traumáticas, como fue el caso del Club de Campo de Madrid, un magnífico recorrido de 18 hoyos situado en los terrenos de El Pardo que, inaugurado en 1930, fue totalmente destruido durante la Guerra Civil.

A su conclusión, en 1942, sus responsables fusionaron sus participaciones con los de la Real Sociedad Hípica Española, dando como resultado la actual Real Sociedad Hípica Española Club de Campo, construyendo en parte de los antiguos terrenos, dentro de la Casa de Campo, un nuevo recorrido –el actual Club de Campo Villa de Madrid–, ampliado varias veces con posterioridad, que hoy en día está inmerso dentro de la ciudad de Madrid y que alberga con asiduidad competiciones internacionales del máximo nivel.

Mucho más balbuceantes eran en aquellos años los campeonatos que se disputaban en nuestro país. Al margen de la Copa Nacional Puerta de Hierro, de cuyas primeras andanzas dimos buena cuenta en el pasado número, la disputa del Campeonato Internacional de España Amateur era el único torneo realmente consistente que se celebraba durante las tres primeras décadas del siglo XX.

Como no podía ser de otra forma, esta competición tuvo un desarrollo mimético al de la citada Copa Nacional Puerta de Hierro, con triunfos, en los primeros años, de los madrileños Conde de Cimera y Conde Cuevas, de esporádicas incursiones en el palmarés de jugadores extranjeros residentes en España y del posterior dominio de los jugadores vascos, con Luis Olabarri y la saga de los Arana (Luis, Javier, Luis Ignacio) a la cabeza.

En categoría femenina la situación se reproducía con fidelidad, con la circunstancia añadida de que, producto de la sociedad de la época, el número de jugadoras era ciertamente escaso. Ambas competiciones se disputaban en el mismo Club, ofreciendo la posibilidad a Elena de Potestad –campeona tres veces consecutivas entre 1911 y 1913–, la Marquesa de Almohacid, la Marquesa de Villaviciosa, la Condesa de Torre Hermosa... de exhibir sus cualidades golfísticas en clara competencia con aquellas extranjeras –Buring, Viegue, Cowirick, etc– que vivían en España y que también inscribieron su nombre en el palmarés de esta competición antes de la Guerra Civil.
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